Material didáctico y/o de entretenimiento alrededor del cine y la imagen


martes, 20 de mayo de 2014

La bestia debe morir: la interactividad de entonces, o los recuerdos de la infancia

La memoria es así.
Olvidamos que comimos ayer mientras bien que recordamos aquel día que nos subimos a un algarrobo con ocho años. A la memoria no hay quien la controle, y a estas alturas ni ganas.

Con el cine, también, la memoria es muy curiosa.
A mí me ocurre, lo he comentado en más de una ocasión, que recuerdo (o suelo recordar) en qué cine, a qué hora y con quien he visto las películas que llevo a mis espaldas.
Pero no me preguntéis por cómo acaban, pues más de la mitad de esos finales los he olvidado.
Influye el número, claro, pero también el hecho de que la memoria sea así de selectiva, así de puñetera.

Y eso nos lleva a la historia de hoy.
Llevaba mucho tiempo intentando recordar esta película. Cómo se llamaba, de qué iba, quién salía.
Recordaba poco: que la había visto en el Cine Linamar (para muchos nuestra segunda casa), que rondaría yo los quince años, que el cine estaba casi vacío... Y sí, que por allí andaba, aunque yo no estuviese con su grupo, el que luego sería mi amigo Antonio Jaime.
Pero sobre todo recordaba el final.
El final me dejó atónito.
En un momento dado de la película, la cinta se detenía. Sé que no podía ser, pero yo así lo recordaba.
En un momento dado, con la película detenida, alguien nos preguntaba (sí, a nosotros, los espectadores) que quién creíamos que era el asesino.

No recordaba mucho más, pero para eso están los amigos, y sus memorias mejor encajadas.
En alguna ocasión había sacado el tema con Antonio, pero hace poco volvimos a hablar de ello y él, entonces, me dio todo lujo de detalles.
Como si fuese ayer.
Lo mejor de todo es que después de aquello la conseguí, la vi, y todo lo que él contaba estaba ahí.

La película se llamaba "La bestia debe morir", del año 1974.
De hecho yo creía recordar que salía Vincent Price pero en realidad era Peter Cushing.

En efecto, pasada la hora de película, esta se detenía y se volvía a la imagen inicial con la que ésta arrancaba, la figura de la bestia.
Sobre esta imagen emergía un gran interrogante y una voz en off nos preguntaba: ¿quién creéis que es el asesino?



Y entonces ocurría, aunque yo no lo recordaba así exactamente.
La voz nos decía que teníamos 30 segundos para pensar antes de ofrecernos la respuesta correcta, y un cronómetro se ponía en marcha para que los espectadores especularan y hablaran entre ellos sobre quién de los protagonistas pudiera ser el asesino.
El reloj estaba impreso sobre el rostro cambiante de cada uno de los posibles culpables, y esos treinta segundos nos pertenecían solo a nosotros.






Después la imagen fundía a negro, y la voz decía: veamos si está usted en lo cierto...
Y la película continuaba, con la solución al misterio, que no vamos a desvelar aquí.

Puede, en la medida que así es la memoria, que fuese la primera experiencia medianamente interactiva que he tenido en el mundo audiovisual.

Ahora, claro, las cosas son bien distintas, y los medios a nuestro alcance también.
Quizá en otra ocasión encuentre el momento para desarrollar este tema, que por otro lado me parece interesantísimo.
Hoy me despido con un ejemplo interactivo actual, que me descubrió María no hace mucho. En este caso no fue la memoria la que hizo que lo olvidase, sino mi habitual despiste.
Se trata de una campaña de Tipp-Ex llamada "A hunter shoots a bear", y si no la conocéis os recomiendo que juguéis con ella.